jueves, 29 de diciembre de 2011

LA VIEJA Y EL MAR






Isla de Tenerife



La vieja dama miraba a mi lado, embelesada como yo, una pequeña cala de azules imposibles y rocas volcánicas de la isla: "tan inmenso el mar", dijo sonriendo, "y tan sutil en cada rincón donde se acerca a besar la playa..."
Como la vida, le contesté igual de intensa: todo tan descomunal y a la vez tan delicado y único, cada persona, cada flor, cada nube, cada lágrima...
Nos miramos a los ojos con una complicidad amiga. ¿Que tal lleva el paso del tiempo?, le pregunté curiosa.
Envejecer es una putada muy gorda —  me contestó riendo — pero yo no soy vieja casi nunca. 
La miré con curiosidad mientras ella seguía:
Solo me permito ser vieja cuando me miro al espejo, luego me olvido, tengo cosas más importantes de qué ocuparme.  Piense en un paralítico, por ejemplo: solo lo es cuando se empeña en caminar, no cuando aprende o enseña, cuando viaja, contempla, escucha, ve, saborea, ríe, llora, ama, sueña, se despierta a un nuevo día, se arregla, se abriga, come, bebe, sonríe, mil cosas para las que no necesita las piernas.
Hay mucho que vivir y disfrutar para lo que no me siento vieja, lo que es maravilloso. Sé muy bien para qué soy una persona mayor, y eso lo aparto, no es inteligente echar un pulso a lo imposible sabiendo que la derrota está garantizada, empeñarse en ser lo que no se es solo sirve para  cargarnos de una innecesaria frustración.
Podemos sacarle tanto partido a la vejez como a la juventud en su día, cada circunstancia tiene sus posibilidades, todo es cuestión de aprender a ser felices.
Cuando algo se acaba siempre empieza otra cosa, solo se trata de saber qué podemos pedir a cada momento, de darnos cuenta de que el mejor amigo lo llevamos dentro, que siempre estuvo allí esperando, que no fué tan importante lo que pasó como el significado que le dimos, que lo inteligente es ser capaz de adaptarse a la vida desde la humildad y el deseo de ser felices, que hay infinitas posibilidades para sustituir el mal estar por otro sentimiento.

Se hizo un silencio con el ruído del mar de fondo, y la vieja señora prosiguió:
Cada latido del corazón es movido por el placer de seguir viviendo, ser libres para elegir la actitud personal es lo que nos proporciona una oportunidad y un sentido; independentemente de las circunstancias, todos somos dueños y creadores de nosotros mismos.

Luego la vieja dama desapareció como había surgido, aunque algo quedó de ella en esa cala pequeña y ese mar de azules imposibles. 
Me sentía bien por dentro, miré hacia el cielo infinito, respiré muy hondo un aire purísimo que era todo mío, y me dije con una energía renovada: ¡A por la vida!

Kazuo Ohno

jueves, 22 de diciembre de 2011

EL MESIAS DE HÄNDEL

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Siempre he escrito cositas para mi sola que rompía o guardaba en un cajón. Hace un año y medio me animé a crear este blog por una amiga que quise tener y conservar, pués comentar solo sus posts no me parecía suficiente, y ahora resulta que en este momento estoy escribiendo para cerca de cien personas (!!), lo que me parece un auténtico sueño, pués mi mundo se ha ensanchado de una forma muy grata y sin embargo sosegada.

Para todos vosotros, los que conozco personalmente, los que conocí a través de la Red y tienen la generosidad de comentar lo que escribo con cariño o los que simplemente pasan por aquí en silencio, ¡mi inmensa gratitud!
Deseo que pasen unas Fiestas muy Felices, y que 2012 no nos traiga más disgustos, que venga cargado de soluciones y alegrías.
Muchos besos para TODOS, gracias, obrigada, thank you, moltes gràcies, tante grazie, merci......
María

lunes, 19 de diciembre de 2011

JUGUETE ROTO








obra de Marc Chagall







Se llamaba Rosa, por esa ironía de las cosas, Rosa María.
Era de mi pueblo y de mi quinta, jugábamos al escondite en la edad de la inocencia, luego le perdí la pista, o ella a mí, pues para su desgracia se quedó para siempre en ese lugar donde nunca le dieron cabida. Sufrió la peor de las hambrunas, la del respeto y el cariño, ¡tanto que nos preocupamos con Somalia o Haiti, y tan poco lo que hacemos por los que tenemos al lado! La señalaban con crueldad y dedo inquisitorial como lesbiana y alcohólica sin fundamento, para bien o para mal.
Ayer acabó con su vida arrojándose a la vía del tren que nunca la llevó a ninguna parte.
Me queda la desoladora certeza de que no he hecho nada por ella, de que me estaba pidiendo ayuda la última vez que la vi, cuando me confesó bajo una lluvia torrencial que a menudo se sentía sola y sin ganas de vivir, ella que había aprendido a no quejarse nunca y a no pedir nada a nadie.
Rosa era hija de una mujer de la limpieza, morena y muy guapa, y del alcalde que tenía entonces el pueblo, rubio y muy rico. Aquella mujer se había enamorado para su desgracia de ese hombre tan apuesto, de ojos claros y estampa limpia y perfumada, con trajes a medida y ademanes de gran señor. Seguramente ese caballero, aunque casado y padre de tres hijos varones, le habrá hecho soñar hermosos y falsos sueños de los que se despertó de cuajo cuando él renegó de su paternidad, apoyado o presionado por su devota esposa, siempre en primera fila en la misa de doce.
A los catorce años Rosa ya trabajaba de pinche de cocina en un colegio, metida entre fogones invierno y verano, sudando su parco jornal de niña explotada mientras se convertía en una mujer sin gracia, alta y rubia pero flaca y desgarbada, siempre con vaqueros de mercadillo y camisas demasiado grandes. La adicción al tabaco le cargó la dentadura, y los fines de semana bebía unas copas seguramente para ayudarse a soportar lo que le había tocado en la ruleta de la fortuna.
Nunca fue amada, su propia madre la dejó con la abuela cuando se juntó con un impresentable que no la quería con ellos. Luego se quedó con el pisito, se hizo con un perro y con un hogar cálido y de buen gusto. Era inteligente, educada y también muy orgullosa, siempre haciéndose la dura, como si no necesitase a nadie, siempre a la defensiva entre bromas un tanto ácidas y cortantes según con quién tenía que tratar.
Por las calles del pueblo tropezaba algunas veces con su padre o con alguno de los hermanos que la ignoraban absolutamente, mientras ella vivió obsesionada con la ilusión de ser reconocida ante  el pueblo que la ninguneaba como miembro de esa familia que sentía como suya.
Pero su progenitor murió antes de que saliera la ley que obliga a reconocer a los hijos naturales, y nunca se le hizo justicia.
Esta es la historia triste de la única niña que tuvo el señor alcalde, clavadita a su padre, su misma media sonrisa y sus mismos ojos claros donde nunca brilló la dicha.
La hija del que fue el amo del pueblo se quitó la vida y ahora más de uno cargaremos con el peso acusador de haberla empujado hacia ese tren que nunca la llevó a ningún sitio.


litografía de Oswaldo Guayasamin

martes, 13 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

NAVIDAD








Mosaico de San Apolinar el Nuevo ( Ravena)

No tengo por costumbre sembrar nostalgias en los días señalados, pero se ve que este año la navidad me pilló el corazón bajo de defensas y sin saber ni porqué me encontré tristona — hasta que todo vuelva a la bendita rutina, deje de darle vueltas a algunas cosas y recupere ese indispensable equilibrio interior.
Cuando me fallan las defensas me funciona la memoria, encuentro alívio rebobinando la vida hasta ese lugar donde quiero esconder la cabeza y poner el corazón a salvo, o sea la niñez, o sea, ese paraíso perdido que todos llevamos dentro:

tengo seis años y volvemos al sur por navidad, a pasarla con los abuelos, los tíos y los primos todos (somos más de treinta).
Soy inmensamente feliz.
Al amanecer cogemos el Ford Perfect negro donde solo asoman nuestros cabolos, surtidos de mantas y bolsas de agua caliente, preparados para el largo viaje: 300 km. a sesenta por hora, la velocidad ideal según mi querido padre.
Veo nacer el sol y me deslumbro, estoy emocionada y contenta.
Soy inmensamente feliz.
En Las puertas del Ródano mi madre nos acicala en la fuente poniéndonos muy guapas para el reencuentro. Cuando llegamos a casa de mi abuela materna, que es viuda y vive sola en un caserón (recuerdo todo enorme, no sé si lo era), ella se pone a chillar con un ataque de alegría histérica, y nosotros chillamos también, contagiados por esa bendita excitación: es la primera traca de una fiesta que no decaerá  durante los tres días, corro de un sitio a otro visitando a todos,  los primos vamos en manada.
Mi corazón es un aleluya.
La Nochebuena se celebra en casa de mi abuela Alicia, la que chilla cuando nos ve llegar, hay gran bullicio y alegría alrededor de la mesa y la chimenea, donde a las doce en punto el Niño Jesús hace pipi, y yo creo en éxtasis que es suyo el chorro que baja sobre el fuego.
Repican las campanas para la Misa del Gallo "donde la gente acude con una cacerola en la cabeza para protegerse de las picotadas del animal", y yo también me lo creo, todo me parece mágico y posible, las luces, los villancicos, el Niño Jesús, los Reyes Magos, el burro y la vaca, el Papá Noel y sus regalos, todo.
Al final de la noche mis tíos abrigan amorosos y risueños a sus retoños para volver a casa, es una despedida multitudinaria con la familia al completo en el hall, entre abrazos y besos.
Soy inmensamente feliz.
Luego a mí me toca dormir con mi abuela en su enorme cama de mullidos colchones y sábanas bordadas. Hay una cómoda llena de fotos antiguas y un gigantesco ropero, la puerta es altísima, con cristales arriba, el suelo me encanta, con sus losas a cuadros blancos y negros, y lo que más me fascina es el biombo con dibujos orientales en una esquina.
De detrás suya sale mi abuela transfigurada, lleva un camisón blanco hasta los pies como una túnica, el moño deshecho con su blanca cabellera por la espalda, su sonrisa ha perdido la dentadura y sostiene en la mano un rosario de madera oscura, de cuentas alargadas y pulidas. Se acuesta a mi lado sin dejar de sonreir, me da un beso en la frente lleno de cariño antes de apagar la luz apretando el botón a una pera que cuelga del cabecero del lecho. Me siento como en un hermoso cuento y sigo soñando dormida.
Soy inmensamente feliz.

Vuelvo a aquella habitación como a una isla de paz y armonía, y lo recuerdo todo como si volviese a vivirlo, el aroma tan especial de la despensa, mezcla de lavanda, manzanas frescas y bizcochos calientes, el Sagrado Corazón de brazos tendidos encima de la cama, el biombo de colores, todos los sonidos y todos los silencios, las luces, las voces, los matices, y esa sonrisa tan blanca de mi abuela...


anónimo germano

miércoles, 7 de diciembre de 2011

domingo, 4 de diciembre de 2011

NUESTRO SINO

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Dice el proverbio que "el matrimonio y la mortaja del cielo baja", aunque yo, que respeto todas las formas de pensar y todas las creencias, soy de los que opinan que cada vida siempre podía haber sido otra, mejor o peor, pero distinta.
Cuando el camino ya andado mide más años que el que queda, si echamos la vista atrás y lo vemos todo de corrido como en una película, comprobamos claramente como al final fueron los hechos pequeños los que causaron los grandes cambios, como lo más importante dependió de lo más sencillo y a la inversa, y así sucesivamente, en una cadena irrompible de eslabones caprichosos.
Aquél primer amor de verano hizo que estudiásemos inglés en lugar de matemáticas, con todo lo que vino después. En aquél país, en aquél momento, en aquél lugar, encontramos a la persona que decidimos que era la que andábamos buscando, y que también por casualidad estaba donde estaba para cambiarnos la vida.
Un coche que adelantó mal se encontró por azar con un camión de frente: la muerte de ese conductor que ni siquiera conocíamos, casi nos llevó más tarde a la ruína.
Un par de momentos clave conformaron nuestra historia, unas veces fueron circunstancias favorables a las que no dimos ninguna importancia en su momento, y otras, golpes directos al corazón que siempre nos pillaron de sorpresa.
Luego pasó que los azares de la mala suerte terminaron por arreglarse, y sin embargo hubo regalos envenenados que llegaron de la mano de la fortuna.
Todo imprevisible, todo fragil y aleatorio, los planes como un puro trámite y los sueños algo que raramente se cumplió. Todo pendiendo de un hilo, todo casualidad e incertidumbre, siempre haciendo el camino paso a paso como en un campo minado: el cambio de un simple matiz en un momento dado, de una fecha, de un segundo, de un encuentro, de un desencuentro, de un movimiento, de un o un no, de un irse o un quedarse, y la vida cambió como una veleta bailando al viento.
Demasiado pan hoy y hambre mañana, lo que empieza bien termina mal y al revés, nada es lo que parece, y nunca se sabe ni como ni cuando terminará el viaje.
Si fuésemos más lúcidos seríamos más humildes, y quizá asumiésemos mejor los inevitables reveses de la suerte. Como dijo La Fontaine, "a veces encontramos nuestro destino en los caminos que usamos para evitarlo". 
Solo nos queda poder decidir los tiempos interiores, hacer la Navidad en agosto o el verano en diciembre, no esperar otras luces que las que  se nos enciendan por dentro, colgar los adornos en las farolas del alma y vivir despacio, detenerse a apreciar un repentino aroma, un sutil gesto de bondad, un sabor recuperado, una palabra, una pincelada de color...
Contra la vulgaridad y el ruido de la codicia, el pensamiento, la belleza y la buena gente, para empedrar siempre con esperanza los callejones del destino.

óleo de Jose M. Rodriguez Acosta