martes, 29 de octubre de 2013

AHORA





óleo sobre hojalata de Francisco de Goya


"Ahora más que nunca es el momento de creer en nosotros mismos", dice un anuncio para vender no sé qué cosa. Da tanta vergüenza oír estas monsergas como a los políticos de turno, que empiezan a vender la piel del oso antes de cazarlo y nos quieren convencer de que "lo peor ya pasó", que somos un ejemplo ( ¡¡??!!) para el mundo mundial, que somos grandes, que somos la leche. Como dijo alguien con mucha sorna, la luz que vislumbran radiante allá al fondo, puede que sea un tren que viene por el mismo carril para acabar de rematarnos...
Ahora solo hay desasosiego, pesimismo, impotencia, rabia y rencor. Hemos vuelto a perder el tren de un desarrollo sostenible, inteligente y digno, como llevamos siglos perdiendo todos los que nos pasan por delante, pesadilla de la que no despertamos nunca.
Ahora cabalgamos por carreteras llenas de peligros y de baches con las ruedas sin dibujo como nuestras vidas, las que nos van conformando políticos de pacotilla y caraduras de diversa procedencia, gente sin ideas y sin escrúpulos.
Ahora hay hartazgo, sufrimiento, pesimismo, rencor, ganas de insultar y pisotear, necesidad de un ajuste de cuentas, sed de justicia. Ahora hay ganas de que las mejores cabezas del país intenten arreglar este desaguisado y que, como dice Elvira Lindo," nuestros hijos no hereden los mismos titulares de los periódicos". 
Ahora hay que perder el miedo, atreverse a apostar colectivamente por el cambio, no preguntarnos desde el sofá como es posible que no pase nada en un país con seis millones de parados y cuarenta millones de estafados. El miedo lo deben de tener ellos, porque los que no cumplen las leyes escrupulosamente han de ser punidos con contundencia, pues en caso contrario llevan el pueblo a la rebeldía, siguiendo su ejemplo, y por lo tanto al caos. 
Queremos recuperar la esperanza, la dignidad y la autoestima individual y colectiva: Ahora. 


óleo de Byam Shaw

jueves, 24 de octubre de 2013

martes, 22 de octubre de 2013

EL CUERPO QUE HABITAMOS





óleo de Laurence Stephan Lowry


Vivimos atrapados en un cuerpo de futuro siempre incierto, un cuerpo humano, frágil, caduco. Con él escalamos cimas y bajamos a pozos sombríos, vemos y escuchamos lo sublime y lo deleznable, gozamos, acariciamos, sufrimos y morimos. El cuerpo nos delimita y nos condiciona.
Muy temprano nos miramos al espejo con ojos de vernos y ya sabemos de por vida si somos guapos o feos, si nuestro envoltorio nos hace fuertes o por el contrario va a necesitar un empujón para llegar donde otros llegan sin esfuerzo.
Lo más normal es aceptarse y quererse pese a las taras, y cargar resignados con los complejos, pocos o muchos, que una vez pasada la edad del pavo suelen ir a menos.
Luego viene el éxito o el fracaso, o ni una cosa ni la otra, que es lo más común: ni ganar y vivir entre algodones, ni perder y aparcar el cuerpo en la calle entre cartones para su descanso obligado, mientras la mente se escapa a lugares más amables, aunque sea durmiendo.
Si llevamos en el cerebro, según la escala popperiana, un mundo 1, de los objetos materiales, que interactúa con el mundo 2, el de los procesos mentales, y el mundo 3, el del conocimiento objetivo, donde se analizan los procesos mentales del mundo 2, también es cierto que el mundo 2 encuentra en el uno, el de la materia, los símiles para expresarse metafóricamente, a falta de un lenguaje más contundente para el mundo abstracto de las emociones: las heridas del alma también sangran y solo cicatrizan con el tiempo; hacen daño las espinas clavadas, las puñaladas traperas, las zancadillas; hay lágrimas de sangre, carnes abiertas por el espanto y el dolor, frío en el alma, manos vacías, etc.
Con fortaleza interior se van superando todas las barreras físicas, pues solo quién se reconoce al otro lado del espejo puede quererse y reinventarse. 

      "O que é preciso é ser natural e calmo
        Na felicidade ou na infelicidade,
        Sentir como quem olha,
        Pensar como quem anda,
        E quando se vai morrer,
        lembrar-se de que o dia morre,
        E que o poente é belo e é bela a noite que fica..."

                      Fernando Pessoa ( Albero Caeeiro)



óleo de Amedeo Bocchi

jueves, 17 de octubre de 2013

martes, 15 de octubre de 2013

ARROZ CON COSTRA





lienzo de Tintoretto


Ayer fuí a un funeral muy difícil, el de un joven de cuarenta años con mucho por vivir y tres hijos detrás, y hoy para despejar las ideas, unos amigos me llevaron a comer un arroz con costra exquisito a un paraje de ensueño, una Venta anclada en una playa virgen, ahora desierta, lejos de aquí, camino de Tarifa. El agua era un espejo, azul como el cielo sin una nube, sonando como una nana el monótono romper de una ola pequeñísima mientras de vez en cuando bandadas de patos volaban en V hacia el sur.
Sabiendo que yo estaba de resaca de un día complicado, a alguien se le ocurrió preguntar, mientras esperábamos la manduca que olía a gloria bendita, que "¿porqué nos gusta tanto la vida, si a veces es tan dura?".
Supongo que el único sentido de todo esto es la capacidad para amar y gozar, ya sea de una persona, un perro, una caricia, un árbol, una sinfonía, una puesta de sol, una idea, incluso un dolor. O simplemente comiendo un arroz con costra con amigos en un día espléndido de otoño.
Para Erich Fromm, cuando tememos no ser amados, en realidad nuestro temor inconsciente es no poder amar: también cabe la posibilidad de que cuando tememos tanto a la muerte, nuestro temor inconsciente sea a la vida.
Para el destacado psicoanalista alemán cada hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte, el escultor y el mármol, el médico y el paciente: la vida humana es arte y es sentimiento, siendo todo ello fruto de un aprendizaje, un proceso que se desarrolla y se auto alimenta hasta alcanzar un grado de madurez que se manifiesta en toda clase de amores que hay, incluido el amor a uno mismo.
Cada cual con su arroz, solo o en compañía...


fresco de Giuseppe Bertini


miércoles, 9 de octubre de 2013

lunes, 7 de octubre de 2013

ORGULLO Y PREJUICIO






óleo de Ferdinand Hodler


Hay pueblos que confían en sí mismos, que siempre caen de pie porque no temen al futuro, que cada vez que son devastados por la derrota o el infortunio se ponen de nuevo en movimiento, se rehacen pronto y vuelven al lugar que quieren ocupar en el mundo, entre los mejores y las economías punteras, porque hay pueblos que siempre pisan fuerte, cuando ganan y cuando pierden. Por contra hay otros siempre encogidos, acomplejados y serviles cuando pierden y cuando ganan, distraídos e inseguros, viendo pasar de largo los trenes de la prosperidad.
Hay pueblos emprendedores, disciplinados, con sentido de la entrega y del compromiso, que trabajan unidos como nación por el bien común, y por contra hay otros que solo buscan a quién culpar de todos los fracasos, de los que al final nadie se siente responsable.
Hay pueblos con un concepto de Justicia que no admite el mal gobierno y la corrupción sin castigo, pueblos donde las leyes se aplican y los políticos solo pueden ser eficientes y honestos. Por contra hay otros que son caldo de cultivo de gente apocada y derrotista, que agacha la cabeza y acepta los desastres evitables como un destino, mientras sigue viendo una televisión cada vez más tonta o fomenta en las redes sociales el narcisismo estéril y la estupidez colectiva — como en un regreso al pasado, en un eterno retorno, mientras en el resto del mundo muchos avanzan sin pausa.
Hay pueblos donde el esfuerzo y el talento siempre tienen un sitio, y otros donde hoy por hoy lo mejor de la patria se tiene que marchar, como antaño la mano de obra barata para los trabajos sucios. 
Por eso no termina nunca la misma maldición: sigue habiendo pueblos de primera y pueblos de segunda, los unos con su orgullo y prejuicio, y los otros con sus complejos ancestrales. A veces juntos, pero nunca revueltos.
Solo cabe averiguar el porqué, el desde cuando y el hasta cuando.



Ilustración de Gustav Doré




miércoles, 2 de octubre de 2013