miércoles, 15 de junio de 2011

LA DESPEDIDA



óleo de Sol Halabi


Me parecía imposible que se pudiesen apagar alguna vez el entusiasmo y la pasión que mi madre echaba a la vida, pero se marchó casi de repente cuando aún le quedaba mucho por vivir.
El último día que pasó de pie fue el de mi boda en Coimbra, se ocupó de todo risueña y serena y luego se acostó para morirse como el pájaro espino.
Yo me fui muy lejos, y mi marido no podía salir de España porque estaba haciendo la mili. La madrugada en que llamó mi padre y me dijo con voz entrecortada que “todo había terminado”, ya era tarde para llegar pronto, salí volando pero fueron doce largas horas de carretera.
Cuando por fin aparecí ya era noche oscura, me habían estado esperando todo el tiempo posible, pero al final se habían marchado sin mí para su pueblo natal, donde quiso ser enterrada. En la casa vacía solo había quedado Asunción, la asistenta, para comunicarme que yo cogería por la mañana un autobús de estudiantes del colegio donde mi madre había sido profesora de inglés. Fue este el plan, no había otro alternativo.
Los chavales, que ni me conocían, aprovecharon la “excursión” para pasarlo bien como es natural, y no pararon de cantar y reír. Yo en el primer asiento, al lado de la directora, miraba por la ventana con el corazón hecho una pasa el camino que sabía de memoria, Covilhã, Castelo Branco, las Puertas del Ródano, y después esa fuente tan querida donde mi madre siempre nos acicalaba para el tan ansiado reencuentro con los abuelos, tíos y primos, más de veinte en total, con los que año tras año pasábamos unas Navidades de cuento.
A medida que nos acercábamos yo ya no podía más, al final me bajé un pueblo antes, cogí un taxi  para llegar sola a tan dura cita. Compré en el mercado unas violetas, su flor preferida, y durante el viaje el taxista intentó un diálogo que fue muy corto y surrealista, “hoy en Alter hay un funeral con mucha gente”, dijo, “es el de mi madre”, dije. 
Crucé la iglesia abarrotada con mi ramito en la mano y el corazón en la boca, entre el murmullo de la gente. Cuando llegué arriba el ataúd estaba sellado con zinc por el traslado.
Entonces me vine abajo, necesitaba volver a verla antes de ese nunca más su rostro que hería como un puñal, me puse a golpear la tapa con desesperación: yo no tenía la culpa de estar siempre lejos, de no ser esa hermana que tanto ella como mi padre eligieron para que viviese todo en caliente y les cerrase los ojos cuando ya no les hicieran falta.
A pie de tumba la vi por fin, le puse las flores junto al pelo para que llevase algo mío en ese viaje hacia ninguna parte, y cuando me incliné para besarle la mejilla de cera, me pareció que movía las fosas nasales, como si oliese las violetas. Me quedé en estado de choque y salí casi corriendo de allí, sin poder respirar. Caminé sin rumbo hasta romper en mil pedazos esa solemnidad insoportable que tienen los momentos más duros y más absurdos.
Cuando volví a casa de mis abuelos estaban todos sentados alrededor de la gran mesa, en silencio, vacíos por dentro, sin nada que decir, hasta que mi abuelo, que ya no se enteraba de nada, exclamó con una inmensa alegría: "¡Qué día más bueno hace hoy!", y entonces empezamos a reír sin poder parar, a saber porqué.



pastel de Odilon Redon

7 comentarios:

  1. Maria,

    Não se perocupe em entender, a vida ultrapassa todo o entendimento" - Clarice Lispector.

    Sempre, mesmo que demora, esse é o exercício.

    5 bjs de todas nós

    ResponderEliminar
  2. María, me ha llenado de profunda emoción su magnífico relato.
    Todos hemos tenido una madre,¿y como no vamos a entenderla a usted los que ya la hemos perdido?
    Le ha hecho un precioso homenaje, ella estaría contenta de leerla.
    Un abrazo de mucho cariño y respeto
    Manuel

    ResponderEliminar
  3. Me quedo con: "Ya era tarde para llegar pronto"

    ResponderEliminar
  4. O seu texto comovente fez-me vir as lágrimas aos olhos, mesmo sem eu querer.
    Perder alguém que muito amamos é ficar um vazio que nunca mais volta a ser preenchido. E a vida nunca mais volta a ser igual.
    Apesar de tudo, consola-nos a ideia, para quem acredita, que de alguma maneira eles continuam perto de nós.
    Achei o seu texto muito, muito bonito.

    Um abraço
    Isabel

    ResponderEliminar
  5. Só para acrescentar que achei as pinturas escolhidas muito lindas.

    Isabel

    ResponderEliminar
  6. Querida Maria! É lindo e triste, verdadeiro!
    Não sabia... É uma história comovente como diz a Isabel.
    Que toca fundo dentro de nós. Há sentimentos tão estranhos e situações tão dolorosas!
    Ainda bem que a escreveste esta tua história.Faz bem à tua alma e à "nossa"...
    Fico com a frase do teu avô: "Qué día más bueno hace hoy!"

    ResponderEliminar
  7. Embora passados que são muitos anos, ainda conseguiste emocionar-me com o post... e a do avô está bem apanhada...

    ResponderEliminar