jueves, 30 de enero de 2014

martes, 28 de enero de 2014

AUN TENGO LA VIDA





óleo de Auguste Macke



Al igual que García Lorca, también Miguel Hernández tuvo una vida corta por culpa de los fascistas, pero suficientemente importante para alcanzar la inmortalidad y la gloria.
Vivió con pasión, luchó por la libertad y murió vivo, con los ojos abiertos, tan abiertos que nadie pudo cerrarlos. Encarcelado y tuberculoso, en la soledad de unas sábanas frías el joven poeta permaneció entero, completo, iluminado, haciendo poesías bellísimas hasta el final, unos versos regados con la sangre que vomitaba y el recuerdo amoroso de su pequeño, del que no pudo despedirse.
A cambio del inmenso dolor por su ausencia, le dejó para siempre, a él y todos, las Nanas de la Cebolla, uno de sus últimos poemas:  Ríete tanto / que mi alma al oírte / bata el espacio....Tu risa me hace libre, / me pone alas...¡Cuanto jilguero / se remonta, aletea / desde tu cuerpo!....Siempre en la cuna, / defendiendo la risa, / pluma por pluma.... No te derrumbes.
Al poeta Julio Herrera (Epitafio desmesurado a un poeta), le dice que "damos una vuelta diaria a la luna y al dolor": la vida siempre está en lo más alto, con sus lunas y sus complicaciones. 
Aunque a veces un viento desolado nos barra por dentro y nos haga sentir pequeños, vacíos, asustados, torpes, caducos, nos venimos arriba como los millones de personas que han pasado, pasan y pasarán por cosas muchísimo peores, siendo algunas nuestro referente desde la Historia. 
Cuando llegamos al fondo de la melancolía es para subir reconfortados al darnos cuenta de que abajo no hay nada, que siempre vale la pena volver a la luz y al sueño, a todo lo que se pueda vivir y soñar. 
    
        "¡Porque soy como el árbol talado que retoño
                                y aun tengo la vida!"

                                 (Para la libertad)



óleo de Marian Wawrzeniecki



martes, 21 de enero de 2014

viernes, 17 de enero de 2014

SI MUERO DEJAD EL BALCÓN ABIERTO





óleo de Alethea Garstin 



Federico García Lorca escribió estos versos estando lleno de entusiasmo, joven y sano, dotado de enorme talento y sensibilidad, con un amor inmenso a la vida y grandes perspectivas a largo plazo de gloria y plenitud.
Pero de súbito, con tan solo treinta y ocho años, unas gentes siniestras le metieron en un viejo Buick con un saco en la cabeza y lo llevaron al calvario, acompañado de un pobre maestro y dos pobres toreros. 
Nunca nadie sabrá qué sintió el poeta en esos momentos terribles antes de que le arrancasen la vida, supongo que cada uno tiende a imaginar lo que personalmente le pasaría en esa extrema situación, aunque también supongo que no es lo mismo que todo vaya acabar con ochenta años que con treinta.
Dicen que cuando uno se enfrenta al olor de la muerte con lucidez y serenidad, el cerebro nos regala un vídeo con nuestras mejores tomas, esos breves momentos que se quedaron en la memoria, ese domingo de la infancia con calcetines nuevos y repicar de campanas, esa mirada, esa sonrisa, esa caricia, esa flor, esa brisa, esa lágrima, esa armonía, ese sueño, esa cima, esas pequeñas cosas que al final fueron las más importantes.
Yo me imagino que García Lorca se escapó en espíritu de aquél sórdido lugar para morir como siempre había vivido, que algún aria de Wagner vino llenarle el cerebro entero con esos acordes que solo dejan espacio para lo sublime, y que antes de convertirse en un trozo de carne asustada, él mismo abrió un balcón a su alma para que echase a volar y se marchase lejos, muy lejos, hasta convertirse en viento.




óleo de Hans am Ende

domingo, 12 de enero de 2014

viernes, 3 de enero de 2014