En la adolescencia colisionan la utopía con los primeros desengaños, la frescura con el realismo, la rebeldía con el miedo; es tiempo de complejos, inseguridades y contradicciones. Unos se apocan y otros sacan la vena insumisa, pero en el fondo todos los adolescentes se enfrentan al mundo de los adultos con ojos aun de niños, como en una realidad virtual hecha a medida.
Luego viene la juventud, esa edad desordenada y confusa en que aun todo es posible, en que los sueños suman más que las frustraciones y el mundo es un lugar loco, divertido, estimulante. Vivimos intensamente, buscamos, creemos, elegimos, nos mareamos, nos situamos, nos definimos, nos estrellamos... Descubrimos nuevos mundos que dejan obsoletos los de atrás, y así vamos sabiendo donde queremos estar, sí seguir progresando interiormente o estancarnos, pues para todo en la vida hay que tomar decisiones.
De pequeños soñamos con ser mayores, pero nunca con cumplir años más allá de esa plenitud física que tienen los jóvenes. Solo que el día menos pensado acontece el "aterrizaje forzoso" en la madurez, la cual nos pilla siempre con el pie cambiado, sin ganas de verla llegar. Para entonces ya hemos lidiado con el miedo, las prisas, la ansiedad, el estrés y todos esos sobresaltos que nos enseñan a valorar lo que nos queda en cada momento y a tomar con más filosofía los logros y los fracasos, ambos fugaces como el viento.
Y en un momento dado, sin saber ni como, somos viejos. Todos. La buena noticia es que puede ser una época que valga la pena, dependiendo de la persona y sus circunstancias: sí nos mantenemos en un buen estado físico, hemos hecho bien los deberes, supimos lo que queríamos dentro de lo que era sensato querer, hemos aprendido de errores y todo está en su sitio, el último tramo del viaje, como la última copa o el reposo del guerrero, puede ser gratificante. Se puede envejecer por fuera sin dejar de enriquecerse por dentro, cuidarse y mimarse más, no exigirse tanto ni pretender ser lo que no somos ni hemos sido nunca, saber que las cosas tienen la importancia que les damos, que ya queda poco por demonstrar y que al final de cada recorrido solo nos vamos a encontrar con nosotros mismos...
...Que más relevante que el tamaño de la ventana es el de las vistas, que sí la capacidad de amar permanece sin cambios el amor nos liberará de las cadenas, que hay que levantarse cada día preparados para vivir y para morir, como el buen soldado.
Dijo Goethe que "envejecer es retirarse gradualmente del mundo de las apariencias".
Aprenderás...que debes cultivar tu propio jardín y decorar tu alma, en vez de esperar que alguien te traiga flores
William Shakespeare