jueves, 26 de abril de 2018

EL EFECTO WERTHER





Miguel Ángel, fresco de la Capilla Paulina, fragmento


Hoy día parece imposible que la novela de Goethe haya desencadenado en su tiempo una ola tan importante de tiros en la sien por desventuras amorosas y sin embargo ahora nos toca el llamado efecto Copycat. O sea, seguimos siendo igual de tontos, o sea, de copiones, morbosos, absurdos, imitadores genéticos, surrealistas, programados para repetir comportamientos, lenguaje, vestiduras, cataduras morales y hasta pensamientos: nos empapamos de lo que nos rodea como esponjas, la originalidad y la inventiva solo ocurren en unas mentes escasas que hacen avanzar el mundo ( y a veces retroceder, según caso).
La libertad no existe, aunque cuanto más independientes, más libres. Somos copias de copias desde el Australopithecus, evolucionamos gracias a unos pocos pero manteniendo intactas las inexorables grandezas y miserias interiores que siempre han estado ahí. El cerebro, el humano, es el único cambiante y moldeable, mas incluso en la voluntad de ser distintos prosigue lo igual, no hay escapatoria. Afirma Byung-Chul Han: "aunque el narcisista que llevamos dentro sea ciego a la hora de tener los demás en consideración, sin el otro no puede producirse el tan anhelado sentimiento de la auto complacencia". La auto complacencia, el amor propio, el orgullo, ¡la tan imprescindible auto estima!, la necesidad de ser aceptados y queridos, de gustar y ser reconociodos: todos, mal que nos pese, atrapados en la complejidad de existir...