sábado, 1 de octubre de 2022

EL CÍRCULO DE LA VIDA

 




                                                        Oscar Bluemner




Nadie entra en pánico cuando sabe que se va a morir: detiene el reloj y empieza un viaje hacia atrás, un regreso a sí mismo. Recupera lo vivido hasta llegar a la infancia, al pueblo donde fue niño, a la inocencia primera, funde los recuerdos en un todo, algo que además ya se suele hacer anteriormente, según edad, circunstancias personales y relación con el pasado.  
La vida es redonda.
Dijo Aristóteles que lo que es eterno es circular,  que no tiene fin porque se encuentra con el punto en que empezó para girar sin límites y sin punto de partida — solo que los seres humanos no somos eternos, somos breves y caducos, pero nuestra vida interior también gira alrededor de un epicentro,  emocional en este caso. De mayores volvemos mentalmente al principio, hasta que llega la muerte y echa el cierre al recorrido de nuestra historia.
Somos indivisibles, vivimos ininterrumpidamente y no a trozos, llevamos a cuestas todo lo que hemos sido, sin escapatoria; por mucho que hayamos querido ser distintos, al final solo somos y seremos nosotros mismos. Nada más. Podremos crecer, madurar, llegar muy lejos o no llegar a ninguna parte, ser felices o desgraciados, pero nunca apearnos para coger otro tren.
Eso sí: llegamos a recordar lo bueno con el mismo placer que hemos sentido en el momento, y lo malo sin perturbación. Curiosamente nuestra memoria es más fiel a los primeros años de la existencia, los cuales quedan grabados para siempre con esmero y precisión, mientras los que vienen después acuden al pensamiento atropellados, con lagunas y lecturas que a veces cambian mucho con el tiempo. Es raro que una historia permanezca inalterable a lo largo de toda la vida, en la mente nada es definitivo.
Al final lo único que importa, a lo que todos aspiramos, es a sentirnos bien con nosotros mismos, en paz y armonía con lo de dentro y lo de fuera.  

Advertí encantado que todo había estado simplemente oscurecido y cubierto de cenizas. Que se puede ver resplandecer y gozar las íntimas delicias de la visión infantil.
    Hermann Hesse, Demian