miércoles, 29 de noviembre de 2017

LA RESIDENCIA



óleo de John Bellany


De súbito la vida cambia, los grandes vuelcos siempre ocurren de repente: como aterrizar en un ancianato o residencia de la "tercera edad", la última edad, la edad jodida, la edad del moco, lo mismo da. La vejez pura y dura. Esa que ha de llegarnos a todos sin excepción, aunque a muchos le parezca tan lejana como viajar a la luna. Lo que los jóvenes aún no saben, cuando miran a quién un día fue tan joven como ellos, es que el espíritu no envejece y que por dentro todos tenemos veinte años. De esa juventud interior sacan los viejos fuerzas para sostenerse, para soportar con estoicismo una decadencia física que mortifica el cuerpo y el alma. Como dicen los versos de Antonio Gedeão, "eles não saben que o sonho / é uma constante da vida / tão concreta y definida / como outra coisa qualquer."
Por eso es siniestro el invento de las residencias para ancianos, unos lugares fríos, impersonales, asepticos, habitados solo por ellos, como guetos, como vivir en permanencia en el vestíbulo de una casa deshabitada, como esperar en la estación donde ya no pasan trenes, como un túnel de tiempo lleno de horas espesas y sombrías, como coches abandonados: apartados de sus rincones, donde pasan las cosas buenas y malas de la vida. 
La identidad de estas personas ya tan solo se sostiene por dentro, su periplo vital ya no importa, cada uno arrastra sus nostalgias y soledades como puede entre cuatro prendas de ropa funcional, cuatro visitas de cortesía y un fajo de fotos antiguas.
Mientras no nos llega la hora del último retiro, acordémonos de nuestros viejos, de que, como escribió Mark Strand, En un mundo sin cielo todo es despedida.

martes, 14 de noviembre de 2017

DEPREDADORES SEXUALES



obra de Georgia O´Keeffle


Se dice que no se puede comprar lo que no está en venta, pero lo que no se puede consentir es que alguien tenga que venderse a sí mismo y que el comprador use como moneda de cambio el abuso de poder y la ausencia de principios. 
Es muy importante que personas que llegaron a su vez a ser primeras figuras tengan la valentía de señalar con nombres y apellidos, como se debe de hacer, los Weinstein de turno con que tuvieron que lidiar cuando aun eran frágiles. Para luchar contra las cosas feas hace falta valor y solidaridad, una catarsis colectiva y liberadora que sirva como punto de inflexión. Porque no fue la industria del séptimo arte que eligió de pronto ser mejor, fue el periodismo que una vez más levantó la alfombra bajo la que se escondía toda esta basura. Los depredadores sexuales se lo pensarán dos veces si empiezan a temer que se les pille y caiga sobre ellos el peso del descrédito social — en el cine y fuera de él, porque la vergüenza del acoso al más débil siempre ha estado ahí, en muchos terrenos y en muchos grados. Ojalá todos los medios dejen bien claro que no son casos aislados lo que ocurre con muchos famosos y contribuyan así para que se destapen tantas  ignominias, " ¡que ser valiente no salga tan caro / que ser cobarde no valga la pena!", como canta el gran Sabina.