Saber perder es un arte, una condición moral difícil de practicar, sobre todo cuando se viene de arriba, del poder o la gloria. Por eso es en la derrota que asoma la verdadera catadura moral de la persona, su estilo, su elegancia, su saber estar, su conocimiento y humildad. Saber perder dignifica, no saber ganar resta mérito al que triunfa. La talla de un individuo viene dada por la fortaleza con que se enfrenta a los problemas y contrariedades, porque a los éxitos todo el mundo les pone buena cara. A veces ganando se pierde y al revés, solo el tiempo es el gran justiciero que pone definitivamente a cada uno en el lugar que le corresponde.
Después de las últimas elecciones en los EEUU, al expresidente no le gustó el resultado, y como personaje inmaduro y peligroso, habló de trampas, queriendo dejar las instituciones de ese gran país al nivel de cualquier república bananera donde el sátrapa de turno siempre gana con un 90% de los votos. Hombre torpe, de moral dudosa e intelectualmente un simple, el que afirmó sin sonrojarse que el coronavirus se mataba inyectándonos lejía, intentó crear en su mandato una maquinaria diabólica de lacayos ignorantes y corruptos como él. No lo ha logrado porque felizmente para el mundo, aún quedan, de momento, algunos políticos con las ideas claras, no tan serviles como para dejarse embaucar por un descerebrado.
Las mentiras muy bien contadas funcionan, y más si hay en la sociedad desespero, desinformación y mucha gente necesitada de creer ciegamente en lo que le acaricie la oreja. ¡El planeta es un polvorín en equilibrio inestable, un campo minado, una bomba de relojería, un lugar lleno de peligros, incertidumbres, injusticias, miedos, rabias! A los ciudadanos de a pie solo nos queda intentar que en democracia ganen siempre los mejores y que luego se pongan al servicio de todos: el gobierno que no se dedica a unir es débil, como afirmó La Fontaine, y ningún poderoso puede permitirse la licencia de ofender y humillar. Los puestos de responsabilidad engrandecen a los grandes y empequeñecen aún más a los que ya de por sí son pequeños y grises. Por importante que sea el puesto, ha de ser mayor la persona.
¡Oh, yo! ¡oh, vida!
De sus preguntas que vuelven,
del desfile interminable de los
desleales,
de las ciudades llenas de necios,
de mi mismo que me reprocho
siempre...
.... Walt Whitman