martes, 18 de octubre de 2016

INTERINOS DE ANDALUCIA







témpera sobre tabla de Piero Della Francesca





La tierra andaluza tiene verdes y onduladas llanuras, ricas y fecundas dehesas, mar y cielo azules, brisas cálidas y perfumadas, buen vino, buen jamón, toros y caballos de raza, mucho arte, mucha energía, mucho duende. Y mucha guasa.
Y mucha guasa. Para muestra un botón, como la de meterse a funcionario sin tener padrinos: carrera universitaria en mano, trabajador, organizado, pim, pim, allá voy, que yo puedo con esto.
¿¡¿ Que yo puedo con esto?!? Pasan los años y vuelven a pasar, con sus oposiciones, su ridiculez de plazas ofertadas y sus exámenes con trampa incorporada. Trabajo y estudio, estudio y trabajo, constancia, la moral alta, notazas, y nada. Las oficinas se van llenando de externos, léase gente nombrada a dedo, sin preparación alguna ni ganas de trabajar, prepotentes e ineficaces — en muchos casos, no en todos.
Luego va la Junta, bajo cuyo manto protector entraron a trabajar uno por uno, y les regala también el futuro, haciéndolos todos "laborales indefinidos". Así de fácil y transparente.
Y ahí siguen impotentes los putos interinos, con su puto sueldo anquilosado, siempre sujetos a ir a la puta calle sin una puta indemnización. A pelo, siempre en manos de los sorteos de la porra, que son una lotería. "Me voy... no me voy... me quedo... no me quedo...". Los méritos es lo que menos importa, da igual ser un lince que un mandria.
Pero ojo, que la cosa podía arreglarse pronto, ya que esto solo pasa en mi querida España, esta España mía, esta España nuestra, que casi siempre va la última en lo bueno: el Tribunal de Estrasburgo apoya a los sempiternos opositores, como no podía dejar de ser.
¡Anda que si los sindicatos son obligados a despertar de su sueño ocioso e interesado, se animan a mover el culo y la cosa se arregla, aunque solo sea un poquito!  

martes, 4 de octubre de 2016

LA CARNE de ROSA MONTERO






óleo de David Hockney




La protagonista de la última novela de Rosa Montero es una mujer sexagenaria como la autora, sofisticada y profesionalmente triunfadora, con la peculiaridad de que siempre le han gustado los hombres guapos y prietos. Intenta "sujetarse a los firmes mástiles de la lógica para que el viento del caos no la arrastre", pero la escritora, siempre profunda, intensa y entrañable, consigue narrar desde la distancia, con la sutileza del humor inteligente, un paisaje vital lleno de miserias que a todos nos roza, por activa o por pasiva.
Al final Soledad logra encontrarse a sí misma, que es el horizonte más valioso a que podemos aspirar, pero sigue apostando por un hilito de amor y ternura que, como flor en el desierto, la redima de la desolación de esa carne caduca que nos sostiene y asfixia a la vez.

 Allí estaban los dos al lado de la puerta, hablando de las cosas más hondas como de pasada, porque "los temas de verdad importantes solo se pueden nombrar así, de refilón, dando precavidas vueltas en torno al gran silencio". (pg. 90)