jueves, 18 de febrero de 2021

HERIDAS Y CICATRICES

 

                                                                             obra de Leopold Gottlieb



La vida a veces hostiga, maltrata, machaca, nos hace caer y levantarnos muchas veces, surfeando las olas ineludibles del destino para intentar llegar a la orilla. Son los tropiezos y el entrenamiento constante los que mejor nos preparan para la supervivencia, las investidas del infortunio nos van fortaleciendo con mecanismos de defensa frente al dolor y al fracaso. Avanzamos con lo que tenemos y con lo que nos falta, con lo que se nos da y lo que se nos quita; subimos y bajamos de trenes en marcha, cambiamos de expectativas según circunstancias, miramos hacia bajo cuando vamos hacia arriba y al revés, al descender ponemos la vista en las alturas. Como no se puede evitar lo inevitable, se fija la atención donde se quiere, que viene a ser donde más conviene. (En el fondo estamos siempre contándonos historias, amañamos versiones mejoradas de nosotros mismos, celebramos a diario la fiesta virtual de la realidad maquillada... Vamos perdiendo el respeto a lo desconocido para dar sentido al sinsentido, nos maravillamos con el mundo para que cada día valga la pena). Las cicatrices son medallas de guerra, heridas sanadas, vacunas contra futuros golpes que aún formen parte del cuento. El mejor bálsamo y la mejor salida para el infortunio es mantener el corazón joven y predispuesto a dar y recibir amor: el amor y la fuerza mental curan, incluso a nivel genético y molecular, de la crueldad, la traición, el abandono, la injusticia, la miseria, la indiferencia y todas las agresiones, físicas y morales. 
Al final, como dice Kierkegaard, "querer ser aquél que uno es verdaderamente, es lo opuesto a la desesperación" — querer ser lo que se es, es el único camino posible para construirnos en lugar de destruirnos.
Por lo demás, incluso los muy fuertes son muy frágiles y todos los imperios terminan por derrumbarse...