jueves, 15 de febrero de 2018

DESPUÉS DEL BARULLO





obra de Felix Vallotton



Al final del camino nos llega a todos la vejez: envejecer bien es un arte, un reto, una gran prueba de cada persona ante sí misma y los demás, la oportunidad de ser un referente para los que también han de ser ancianos algún día. Envejecer no es volverse cobarde o rendirse sino todo lo contrario, hacerse más valiente ante una condición que en principio es haber acumulado años y experiencias, haber cruzado muchos ríos que los jóvenes aun ni sueñan que existen. Envejecer es encontrar el sosiego después de la función, recoger los aperos después de la cosecha, es el reposo del guerrero, es salir al recreo con todos los deberes hechos solo para jugar y quererse, alcanzando una paz nunca antes sentida, siendo capaces de distinguir por fin entre lo verdaderamente importante y las cosas que no tienen importancia ninguna.
Quién no sepa ser viejo difícilmente ha sabido ser joven, cada uno tiene una edad de calendario y la de sus propias ilusiones, aunque hay que saber adaptarlas a los condicionamientos físicos, reducir progresivamente las expectativas hasta aprender a vivir sin futuro, cuidarse mucho y dejar de ser atrevido como cuando aun todo era posible.
A medida que caminamos hacia el final curiosamente nos acercamos al principio, como en una regresión a la realidad más pura y esencial, al primer viaje, el de la inocencia:  "Estos días azules y este sol de la infancia" fueron los últimos versos de Machado, encontrados en un papel arrugado en el bolsillo de su gabán, cuando murió aterido de frío y de espanto en el exilio. 
Este sol, sí, este sol. Lo único que a veces afuera queda igual, de una niñez que llevamos dentro toda la vida.