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obra de Raoul Dufy |
...(Nací) en uno de esos puertos que se asoman a la perfecta bahía gaditana: el Puerto de Santa María —antiguamente Puerto de Menesteos , a la desembocadura del Guadalete o río del Olvido. (“La Arboleda Perdida”, Rafael Alberti)
La vida me puso aquí sin pedirme opinión, llegué triste y sin ganas de llegar, pero eso son aguas pasadas que ya no me importan ni a mí.
Cuando esa tarde bajé a la playa, con la casa manga por hombro y sin saber por donde empezar, cansada de andanzas, me deslumbró lo que vi: el sol era una enorme bola de fuego a punto de desaparecer justo en medio de la bahía, a la misma distancia de Cádiz, que la dibuja por la izquierda como si fuera un barco larguísimo y del Puerto de Santa María a la derecha, lengua de tierra rematada por el faro que se enciende y se apaga como la alegría.
Se escondió el astro rey en tan solo unos espectaculares minutos dejando atrás un juego de luces y de sombras imposibles, embriagadoras. Me entraron ganas de meterme en ese mar espejo de luz y fundirme con la belleza universal…
Entonces supe que había venido para quedarme, para reinventarme lejos del bullicio que había sido mi pasión.
En verano suelo caminar de madrugada por la arena mullida virgen de pisadas. Nado, respiro sola la inmensa frescura de una brisa matutina recién estrenada, y cuando vuelve el invierno el sol se esconde en el mismo sitio, como cuando llegué hace ya catorce años y descubrí que el mar me gustaba tanto.
Tal como hacemos nosotros ahora, hubo millones de ojos antes y los habrá después mirando la misma playa, el mismo crepúsculo, da vértigo pensar en lo que pasará y en lo que pasó — fenicios, cartagineses, tartesios, romanos, vándalos, bizantinos, visigodos, romanos, musulmanes, castellanos…
Me pregunto por el mañana que nunca sabré. Si ninguna mujer quisiese traer un hijo al mundo, la humanidad tardaría tan solo cincuenta años en quedar en vías de extinción, impresiona que una especie sea tan compleja en la forma siendo tan frágil en el fondo.
Imagino la bahía después de nosotros, el mismo sol, el mismo mar, el mismo juego de luces y sombras imposibles sin nadie para vivirlo, (los colores están en nuestras retinas y la belleza en los que saben encontrarla).
Nadie para oír las olas y oler las algas; ningún barquito de vela. Quizá gaviotas pasando en bandadas al atardecer con el alboroto de siempre hacia una cita cualquiera, la brisa meciendo las palmeras, pero la huella de ningún pie en la arena. Cádiz y el faro a oscuras en la noche.
La luna y las estrellas en el mismo sitio.