mujer girafa
La moda no es un fenómeno efímero, vano y sin fundamento , es parte integrante de la historia del Hombre a través de los tiempos. Desde que dejamos de andar a cuatro patas, empezó nuestro afán de pintarnos y adornarnos con cachivaches variados, en un deseo de embellecernos que nos honra, puesto que, viniendo directamente del mono, cualquier mamífero de la selva nos daba cuarenta patadas, nunca mejor dicho. Donde esté la bellísima piel de un tigre o una cebra, que nunca envejecen, o los ojos de un lince o una gacela, sin patas de gallo...enfin, ¡que hacemos muy bien aseándonos y acicalándonos para intentar gustar y gustarnos!
Con la evolución del homo sapiens, la vestimenta pronto se convierte también en una oportunidad de ostentación de riqueza, de poder y de rango social.
La forma de vestirnos viene siendo, desde la Antigüedad clásica, impositiva, como casi todo en sociedad, una especie de dictadura que nos imponemos voluntaria y resignadamente. Vestimos según los cánones de cada época, por no decir de cada temporada — si no nos gusta quedar anticuados, un poco "out"!
Eso sí, en lo centros de compra nos dan ese pequeño margen de opción a un estilo propio ( dentro de unas coordenadas limitadísimas) que nos va a definir, porque el atuendo es nuestra primera carta de presentación.
óleo de Luis XIV
La evolución histórica de nuestra indumentaria tiene sus propias implicaciones sociales e ideológicas, de tipo moral y estético, nos vestimos según los cánones de cada época, de cada historia y de cada geografía. Los creadores de la moda visten unas costumbres que la sociedad va imponiendo, y así, gracias a los más iluminados y atrevidos, nos fuimos liberando de la tiranía de corsés y miriñaques, pelucas empolvadas y faldas de globo o ( los caballeros) de calzones cortos con medias de seda y zapatos de tacón y hebilla o lazo, casacas de brocado y sombreros de tres picos, por ejemplo...
La moda con el tiempo se va haciendo más ponible y democrática, pero sigue imponiéndosenos, implacable y tirana, casi siempre para bien: las señoras pudimos enseñar las piernas, cortar el pelo o dejarlo larguísimo, usar pantalones, y los hombres ganar también en variedad y comodidad, todos nos liberámos de pasar años de negro por los lutos, enfin, la razón se va imponiendo,( sobretodo a medida que la voz de la iglesia pierde peso).
Es curioso ver como la moda siempre acaba por imponer su ley, he visto señoras antaño recatadísimas enseñar más de lo necesario, y señores respetabilísimos en sus respetabilísimos trabajos, vestidos de carnaval en la explanada de una playa, y me pareció genial y divertido: soy amante del buen humor hasta en la vestimenta.
En cuestión de modas, nunca digamos "de este agua no beberé", nunca démos por inegociable, (¡un suponer!) que al llegar las arrugas en toda su crudeza, no acabemos claudicando, y poniéndonos unos morros de besugo para eliminar el dichoso código de barras,o rellenando las mejillas derrumbadas...He visto octogenarias míticas en televisión luciendo una piel tan estirada como la de un tambor, sólo que llevan tantas capas de relleno ( se les cae por la ley de la gravedad, y hay que ir poniendo más), que aparecen hinchadas, como mordidas por un enjambre de abejas — y lo digo desde el respeto, que cada uno hace con su cara lo que le parece, ¡ya quisiera yo arreglar la mía!
modelo de Ágatha Ruiz de La Prada
El que diga que no le gusta gustar, seguramente está mintiendo, nos gusta que se nos vea, no es agradable cuando nos convertimos en la calle en seres completamente transparentes, ignorados, cuando ya nadie se fija en nosotros, ¡como si no existiésemos! Es cruel e injusto, en una sociedad con un afán cada vez mayor de protagonismo, donde hay gente que haría cualquier cosa con tal de ser famosa, salir en los medios, ¡aunque fuese un minuto!: "llamo la atención , luego existo".
tribu urbana
La verdad es que no es tan difícil hacerse notar, nos basta con saltar a la torera alguna de las normas férreamente establecidas — todo el mundo nos ignora, hasta que pisemos la raya de la normalidad, porque entonces absolutamente todos nos señalarán con su dedo censor: alguien anuncia que va quemar el Corán, y su imagen recorre el mundo en veinticuatro horas; alguien hastiado de una vida perra se sube a un campanario con intenciones de terminar con ella, y reúne a cientos de personas que pasaban por ahí, entre ellas algunas dispuestas a todo para impedir que se vaya de este mundo. Somos así de particulares...
Necesitamos emociones fuertes para esquivar una rutina que no siempre es de nuestro agrado, y eso lo saben muy bien los responsables de las tertulias televisivas, que tan de moda están. Sé de buena tinta que dan instrucciones muy concretas a sus tertulianos: ir a la yugular del contrincante, jugar sucio, ser soez, barriobajero, ordinario, chillar, insultar.
Por desgracia parece ser que es la única forma de engrosar los tan anhelados índices de audiencia, de no aburrir al personal a punto de quedarse traspuesto en la butaca del salón.
Qué tiempos...