lunes, 30 de septiembre de 2013

ADICCIONES





óleo de Armand-Rassenfosse


Si el mundo jamás ha cambiado tanto ni tan aprisa como en los últimos cincuenta años, no es de extrañar que los psiquiatras, antaño solo requeridos para la esquizofrenia, ahora sean constantemente solicitados por la gente normal y corriente, y que incluso la gente guapa (=belleza con poder, fama y dinero) tenga "su psiquiatra" particular: ¡qué no daría yo por echarme en un diván hablando de mí misma a una persona que me prestase atención, y que por encima al final me dijese con conocimiento de causa quién soy realmente! 
El trazado de la línea divisoria entre lo normal y lo patológico se ha afinado tanto que, si en mi juventud había un par de adicciones, las de toda la vida, hoy prácticamente toda actividad tiene su adicción patológica correspondiente, fruto de un desorden mental y emocional cada vez más desordenado...
Se puede ser adicto al trabajo, al gimnasio, al sexo, a lo ajeno, a la religión, al consumo, a la comida, a la cirugía plástica, a los bolsos de marca, a la tele, al sol, a otra persona, a la soledad, al rock an´roll, a la piña colada o a miles de cosas distintas, pero hay una adicción que es ya la madre de todas las adicciones, más accesible que el poder o el dinero, más barata que el tabaco, el alcohol u otras drogas duras, y que no para de extenderse por todo el mundo, a edades cada vez más tempranas, amenazando con cambiar para siempre los hábitos esenciales de nuestra manada — ¡es la producida por las nuevas tecnologías, con Internet a la cabeza, acompañada, claro está, de sus correspondientes tecnofilias, tecnoadicciones y ciberadicciones!
Consideradas productos altamente adictivos, las redes sociales son utilizadas por más de 4 mil millones de posibles yonkies, siendo Facebook la número uno, al superar ya los dos mil millones de seguidores.
¿Se ha vuelto con esto el mundo más pequeño y unido, o por el contrario, nos hemos difuminado aun más los individuos, en un hormiguero global de dimensiones dantescas?
Uno de los peligros de enganche, según los sociólogos, viene por los "autoconceptos devaluados que quieren empezar de nuevo en el ciberespacio", creando un personaje a medida para convertirnos en el yo ideal de nosotros mismos, e incluso moviéndonos el deseo de sentirnos más reconocidos, más valorados y más queridos.

Hoy llueve mansamente sobre el verde intenso de las plantas, bajo una luz muy gris que resulta acogedora, igual que hace 50 años, cuando el mundo aún no había empezado a cambiar tanto y tan aprisa. 
Sabe bien volver a algún lugar perdido, con la misma lluvia menuda de la infancia.



óleo de Avtandil Nakharoblidze

jueves, 26 de septiembre de 2013

martes, 24 de septiembre de 2013

ESPERANDO A GODOT






óleo de Anne Margit

Ya llevamos sesenta años elucubrando sobre el mítico personaje fantasma de Samuel Beckett, supongo que si dejamos de buscarle significados algún día, será porque tendremos por fin las respuestas a todas las preguntas...
Dijo el autor que si supiera quién es Godot lo diría, y que de paso no hubiese escrito la obra. Lo que sí ha sabido siempre es que el tal Godot no iba a llegar nunca, ni a las absurdas vidas de Vladimir y Estragon, ni a la suya propia.
Todos esperamos a Godot cuando soñamos, y para quién como él confesó "no tener talento para la felicidad" y reconoció apenado su incapacidad de amar cuando rechazó a Lucía Joyce, el sueño imposible podía ser encontrar un verdadero sentido a la existencia, nada más y nada menos.
"Nada ocurre, nada viene, nadie va, es terrible": el escritor construye un drama único en la literatura universal, retratando simbólicamente a los humanos como títeres desvalidos que manejan con patetismo un destino incontrolable, vagando con la vida a cuestas por un mundo sin coherencia donde siempre es media noche. 
Había terminado la II Guerra Mundial, las ideologías estaban reducidas a chácharas vacías y la gente se movía entre el espanto de lo ocurrido y la incertidumbre de lo que vendría después. Como casi siempre. Por eso esperar a Godot, hacer de mañana la palabra clave, es una tragedia clásica e intemporal con la que todos nos podemos identificar a menudo. Esperar a Godot es asomarse a la ventana de la frustración, esperando que pueda pasar alguien o algo por ahí que rompa en mil pedazos un tiempo estancado sin remedio — Dios o el Diablo, la Justicia o la Utopía, la Fortuna o el Azahar, la Belleza, la Alegría, o la misma Muerte. 
Al fin y al cabo todos estamos solos, eslabones de una cadena humana que empezó desde el principio a encadenar grandezas y miserias, ¡pero que sigue sin romperse pese a todo!



óleo de Arcadi Mas i Fondevila

miércoles, 18 de septiembre de 2013

domingo, 15 de septiembre de 2013

OTOÑO





óleo de Katarina Ivanovic


"Tengo la amargura solitaria
de no saber mi fin ni mi destino"

F.G.Lorca ( A Manuel Ángeles)


Después de un verano siempre llega otro, pero cuando los hombres se visten de otoño, para ellos ya no volverá la primavera.
Aún así, el otoño de cada uno puede llegar cargado de belleza, de uvas maduras, castañas, buen vino y leña seca que calienten por dentro. También en el alma hay alfombras mullidas de hojas muertas, rojas, verdes y amarillas, lluvias con olor a hierba, risas y amores sosegados, nostalgias sin melancolías, una gran paz a estrenar y ganas renovadas de vivir antes de que llegue nuestro particular y definitivo invierno. 



óleo de Rita Angus

miércoles, 11 de septiembre de 2013

sábado, 7 de septiembre de 2013

EL TAMBOR DE HOJALATA








He vuelto a deslumbrarme con esta película pasados más de treinta años, una obra maestra del cine cuyo guión es una de las mejores novelas del siglo XX de la posguerra europea.
La magistral interpretación del actor David Bennet como el pequeño Oscar contribuye sin duda a que el resultado sea tan brillante.
Un joven veinteañero va desgranando, desde un psiquiátrico, las vicisitudes de su increíble periplo vital rodeado de personajes con vidas corrientes pero muy duras, con el telón de fondo del Tercer Reich.
La existencia de los adultos es a tal punto compleja y sórdida que resulta más sensato lo increíble, la lógica infantil de quien se niega a crecer desengañado del mundo nada más nacer, agarrado a un tambor desde los tres años y dueño de unos chillidos que rompen cristales, con lo cual se siente menos solo, más fuerte y protegido en medio de una vida muy perra.
Ingenuo a la vez que cínico y socarrón, capaz de querer u odiar a quien va desfilando como en una pesadilla por su vida de liliputiense, Oscar va coordinando de una forma llena de inventiva y espíritu crítico este drama bélico, esta historia posible en los tiempos ignominiosos del nazismo y en casi todos los tiempos, con las miserias de siempre y sin embargo genialmente diferente. 
Tocando con saña su tambor, encuentra el niño que él quiso seguir siendo un escape al sin sentido y a la soledad que tuvo por compañía desde los albores de la vida, espantando el miedo y la perplejidad, convirtiendo todo en una función donde no falta el humor y la crítica mordaz.
Pero su falsa fortaleza no le sirve para nada en esta bellísima historia cargada de símbolos, donde consigue ser más coherente el mundo de Oscar que el de los adultos con sus hipocresías y bajezas: finalmente el pequeño echa el tambor de hojalata a la fosa donde están enterrando al padre, al que odia porque le robó a María, y que él mismo llevó a la muerte por descubrir una insignia de su uniforme nazi delante de un soldado de las tropas aliadas.
Lo que Oscar siente en ese momento es que ya no puede seguir engañándose a sí mismo, que está irremediablemente atrapado en el mundo cruel de los adultos.
A raíz de la revelación de Günther Gass sobre su pasado juvenil en las SS, cobran un significado nuevo algunos párrafos de la novela, frases como esta, por ejemplo: ..."los días en que un sentimiento inoportuno de culpabilidad, que nadie logra desalojar del cuarto, me aplasta contra las almohadas de mi cama de sanatorio, me escondo en mi ignorancia, que entonces se puso de moda y aún siguen llevándola muchos, como un sombrero elegante que les sienta bien" — como el tambor que todos llevamos dentro para no escuchar lo que tan solo produce sufrimiento a cambio de nada.



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