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obra de Guim Tió |
No existen dos personas que sean exactamente iguales ni completamente distintas, hay un gran surtido dentro de la uniformidad de la especie, todos únicos y sin embargo todos parecidos.
No hay psicópata que no presente algún rasgo de coherencia ni persona considerada normal sin una pizca de locura.
El poderoso puede albergar grandes miserias morales o llegar a sentirse muy solo y carente de afecto y el indigente ser feliz dentro de su sencillez y alegría de existir.
La gran mayoría vivimos vidas independientes y anónimas pero nos reconforta saber que estamos rodeados de otros humanos y que si necesitamos ayuda seguramente la vamos a tener: pasaremos desapercibidos siempre y cuando no salgamos del círculo existencial donde nos movemos, pero sí "pisamos la raya" enseguida llamamos la atención y somos señalados, rechazados o aplaudidos, según caso. En catástrofes de grandes dimensiones quedamos atrapados en un mismo vínculo, fuerte aunque sutil, donde se nos atiende o ignora, dependiendo siempre de los sentimientos de la manada hacia nosotros.
Cada uno muere su propia muerte, una sola, aunque mueran miles de personas a la vez en el mundo. Luego el tiempo casi siempre es lejanía y olvido.
No solo contagian los virus, también la estupidez, el odio, la violencia, la mentira, la ambición, el egoísmo y así. Pero no hay mascarillas que protejan de la contaminación de la mente, la más letal de las pandemias.