Pero cuando nos hacemos viejos cambiamos el chip y nos volcamos más hacia dentro, un poco por egoísmo y defensa propia. Cada edad con sus apetencias.
En un mundo globalizado y lleno de incertidumbres donde somos informados puntualmente, con tintes sádicos y morbosos, de las desgracias y peligros del planeta entero, puede surgir la necesidad de escapar de todo lo que es agobiante, amenazante, inquietante, indignante, frustrante, y hasta pedante, estomagante y así.
Cuando los hechos nos sobrepasan somos presa de un cansancio y desencanto extremos que nos llevan a elegir el silencio, a apearnos de conflictos y discusiones estériles para poder vivir en paz con nosotros mismos, a una cierta distancia de lo que nos altera inútilmente: nos embarcamos en un viaje interior hacia el sosiego, buscamos un horizonte de serenidad y belleza con la compañía de buena música, buenos libros y buenas personas, agradables, sensatas y a ser posible moralmente elegantes y cómplices.
Antes que "nihilismo" es como un instinto de protección, de ser positivos, pragmáticos, emocionalmente inteligentes y de no perder por completo la fe en la condición humana, pese a tanta crueldad y ambición: disfrutamos la vida mientras se puede y nos dejan, en un relato personalizado que sirve para versionar lo que desearíamos que fuese cierto sin serlo. Una ceguera voluntaria y liberadora.
Nos movemos dentro de un trasfondo cultural que nos determina, incluso podría decirse que todos llevamos unas cuantas mentiras fundacionales — pero cuando las malas políticas de los corruptos vendedores de humo proliferan como una plaga, hay que saber decir "basta" para beneficio de nuestra salud física y mental.
Me quiero entregar la llave de la felicidad que me gané cuando perdí mis miedos.
Marga Guzmán Marciano