Gertrude Abercrombie
Los que tienen la suerte de escapar a la parca hasta los ochenta años o más, viven una vida larga — buena, mala, regular o de todo un poco, que es lo más frecuente. Incluso quien nunca ha salido del mismo sitio y de las mismas rutinas, con unas vivencias bastante previsibles, acumula un historial de emociones de muchos colores a lo largo y ancho de su trayectoria. Toda persona es un proceso único, una historia, una aventura, un reto: llegamos a la vejez con las manos llenas de aciertos y equivocaciones, haciendo lo que nos parece dentro de lo que podemos.
Con el paso del tiempo se van cambiando las apetencias y los gustos, se aprende a dar a las cosas la importancia que realmente tienen, dejando de lado lo que no suma y disfrutando con más sabiduría y sosiego de lo que se desea que permanezca. Es recomendable y gratificante soltar los roles meramente obligatorios para poder ser auténtico, a la vez que saber escuchar y conectar emocionalmente solo con amigos, los buenos, los de verdad. Y mientras tanto reírse, disfrutar comiendo y bebiendo con mesura y tino, dormir a pierna suelta, hacer ejercicio, quererse sin remordimientos, no darle importancia al espejo, no cargarse ya de obligaciones ni complicarse la vida con frivolidades.
Desvinculados de un materialismo social salvaje se vive mejor, y si estamos bien por dentro el mundo parece mágico, deslumbra lo que cada uno puede captar con los ojos de la cara y los del alma.
La experiencia va reduciendo la capacidad de asombro hasta sentirse de otra manera qué vale mucho, poco o nada. Se alcanzan momentos de gran serenidad cuando las pequeñas cosas empiezan a ser las más grandes, sin que no deje nunca de merecer la pena la paz, el amor, la bondad, la ternura, la conciencia tranquila, la cultura, el arte, la curiosidad sana, la libertad, la justicia, la honradez, el contento, el sentido del humor y así.
La edad acarrea tener que soportar finales muy duros, despedidas irreparables pero a veces también algún comienzo estimulante.
Si habitamos la existencia despacio, desde un "estado de reposo emocionado", tenemos la oportunidad de sentirnos unos viejos vivos, de seguir adelante sin miedo ni a la vida ni a la muerte (bendita sea la eutanasia).
El hombre que hace que todo lo que le lleve a la felicidad dependa de él mismo, ha adoptado el mejor plan para vivir feliz. Platón
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