obra de Marc Chagall |
Se llamaba Rosa, por esa ironía de las cosas, Rosa María.
Era de mi pueblo y de mi quinta, jugábamos al escondite en la edad de la inocencia, luego le perdí la pista, o ella a mí, pues para su desgracia se quedó para siempre en ese lugar donde nunca le dieron cabida. Sufrió la peor de las hambrunas, la del respeto y el cariño, ¡tanto que nos preocupamos con Somalia o Haiti, y tan poco lo que hacemos por los que tenemos al lado! La señalaban con crueldad y dedo inquisitorial como lesbiana y alcohólica sin fundamento, para bien o para mal.
Ayer acabó con su vida arrojándose a la vía del tren que nunca la llevó a ninguna parte.
Me queda la desoladora certeza de que no he hecho nada por ella, de que me estaba pidiendo ayuda la última vez que la vi, cuando me confesó bajo una lluvia torrencial que a menudo se sentía sola y sin ganas de vivir, ella que había aprendido a no quejarse nunca y a no pedir nada a nadie.
Rosa era hija de una mujer de la limpieza, morena y muy guapa, y del alcalde que tenía entonces el pueblo, rubio y muy rico. Aquella mujer se había enamorado para su desgracia de ese hombre tan apuesto, de ojos claros y estampa limpia y perfumada, con trajes a medida y ademanes de gran señor. Seguramente ese caballero, aunque casado y padre de tres hijos varones, le habrá hecho soñar hermosos y falsos sueños de los que se despertó de cuajo cuando él renegó de su paternidad, apoyado o presionado por su devota esposa, siempre en primera fila en la misa de doce.
A los catorce años Rosa ya trabajaba de pinche de cocina en un colegio, metida entre fogones invierno y verano, sudando su parco jornal de niña explotada mientras se convertía en una mujer sin gracia, alta y rubia pero flaca y desgarbada, siempre con vaqueros de mercadillo y camisas demasiado grandes. La adicción al tabaco le cargó la dentadura, y los fines de semana bebía unas copas seguramente para ayudarse a soportar lo que le había tocado en la ruleta de la fortuna.
Nunca fue amada, su propia madre la dejó con la abuela cuando se juntó con un impresentable que no la quería con ellos. Luego se quedó con el pisito, se hizo con un perro y con un hogar cálido y de buen gusto. Era inteligente, educada y también muy orgullosa, siempre haciéndose la dura, como si no necesitase a nadie, siempre a la defensiva entre bromas un tanto ácidas y cortantes según con quién tenía que tratar.
Por las calles del pueblo tropezaba algunas veces con su padre o con alguno de los hermanos que la ignoraban absolutamente, mientras ella vivió obsesionada con la ilusión de ser reconocida ante el pueblo que la ninguneaba como miembro de esa familia que sentía como suya.
Pero su progenitor murió antes de que saliera la ley que obliga a reconocer a los hijos naturales, y nunca se le hizo justicia.
Esta es la historia triste de la única niña que tuvo el señor alcalde, clavadita a su padre, su misma media sonrisa y sus mismos ojos claros donde nunca brilló la dicha.
La hija del que fue el amo del pueblo se quitó la vida y ahora más de uno cargaremos con el peso acusador de haberla empujado hacia ese tren que nunca la llevó a ningún sitio.
litografía de Oswaldo Guayasamin |
"Sufrió la peor de las hambrunas, la del respeto y del cariño"
ResponderEliminarAs duas imagens escolhidas são tão significativas.
ResponderEliminarSente-se nelas e no texto o peso dessa solidão terrível que leva as pessoas ao suicídio.
Não sei se a tua história tem algo de verdade, mas antigamente havia muitos casos desses. E deve ser terrívelmente só e triste a pessoa que decide assim acabar com a vida. A pessoa que faz isso perdeu toda a esperança, todos os sonhos. É tão triste.
Besitos para ti
Me he quedado mudo, María.
ResponderEliminarConozco casos parecidos, vestigios de tiempos indecentes, pero no siempre la mala suerte es tan redonda.
Casi todos somos egoistas, es dificil ponerse en el lugar del otro, y a veces cuando quieres ayudar de verdad llegas tarde.
Sentirse culpable es de bien nacido, pero tampoco adelanta machacarse cuando ya no hay solución.
La foto es tremendamente bella.
Le deseo la continuación de un buen viaje, y Feliz Navidad también.
Siempre rendido, Manuel
Maria,
ResponderEliminarespero eu e espero em todos que por aqui passarem, que lerem esse texto, que entendam o quão a vida é maior do que desgastes, que nossas atitudes tem peso na vida das pessoas e quando as coisas acontecem, elas acontecem por muitos motivos e muitas omissões.
vamos tentando resolver as nossas questões por pior que sejam...tentemos.
bjs grandes de todas nós
Não sei como deixei escapar este teu post. Devia andar por Marvão...
ResponderEliminarDuro text, verdadeiro e triste. Sei que´é uma história verdadeira: tu falas sempre verdade,e gostas da realidade, não é? Esses casos aconteciam tanto, acontecerão ainda às vezes, mas menos, acho eu. Espero...
Não tiveste culpa: não podias fazer nada...
Mas é bem verdade que fazemos muito espanto com o que se passa lá fora e não damos pelas "mazelas" ao nosso lado...
Beijão