Edvard Munch
Con los años alcanzamos a saber con un poco más de claridad lo que queremos y lo que no queremos absolutamente, y eso cambia mucho las perspectivas, porque como dijo Séneca "el hombre feliz es artesano de su propia vida".
Cuando llega la vejez pueden empezar a gustarnos cosas tan subestimadas como las rutinas, siempre que amables y deseadas, elegidas voluntariamente desde el sosiego y el esmero. Se descubre que son gratificantes ciertos hábitos casi monacales, un entorno plácidamente sosegado en buena compañía, una casa con vistas, a ser posible con jardín, plantas, pájaros, mucho verde, el mar cerca y el cielo siempre allí, día y noche, inmensamente azul o vestido de nubes, de sol, de luna o de estrellas. Puede que de repente los convencionalismos, el consumo superfluo y el mundanal ruido dejen de tener importancia y que lo prioritario sea tener salud, hacer ejercicio físico con constancia y disciplina, comer sano y muy, muy rico, escuchar buena música o hacer rompecabezas creativos... Eso sí, como gracias a la inestimable ayuda de internet estamos abiertos al mundo entero, podemos disfrutar del mejor cine de todos los tiempos, contactar con los amigos por whatsapp o pasar horas al teléfono, escribir, leer lo que queremos leer, navegando por las aguas tranquilas de la monotonía sin complicaciones ni premuras, con los mismos sonidos, los mismos silencios y la misma tranquilidad, fuera y dentro. Saber lo que viene a continuación sosiega el espíritu, aporta estabilidad emocional en los tiempos extraños de la decadencia física, añadidos con epidemias mundiales e incertidumbres cada vez más inquietantes. Reencontrarse cada mañana con la familiaridad inalterada de lo cotidiano hace más habitables los días, reduce la ansiedad, nos reconstruye, nos vuelve más espirituales y auténticos. Querernos y mimarnos, (¡nadie nos va a querer más que nosotros mismos!), cambiar el miedo al caos por la resignación y la esperanza, lleva a ese lugar apetecible a que se refiere el Dalai Lama:
"Se llama calma y me costó muchas tormentas".
Concordo completamente com as tuas palavras sábias e já sinto assim. São os meus quase 62 anos e algumas tempestades passadas.
ResponderEliminarFalta-me o mar que não vejo há tanto tempo...
Beijinhos e Feliz Ano Novo:))
Que belo post para começar um ano novo! Sim, talvez seja o momento de "aceitar" que um certo tempo passou, que é bom sentir paz, contemplar com calma uma nova paisagem, ou a mesma - a que vejo todas as manhãs da janela do meu quarto: as árvores do parque do Liceu onde trabalhei. Sim, tudo tem de ser não digo repensado porque não se trata disso - mas talvez interiorizado aos poucos.
ResponderEliminarMas...é possível que, antes disso, tenhamos de conquistar alguma coisa - a liberdade de poder escolher. Tu sabes que eu por exemplo "sei" que não estou pronta para isso, apesar de me apetecer.
Logo, para mim, calma com os cavalos!
Mil besitos e a esperança é a última a morrer! A não ser que a gente morra antes!....Hahaha, broma.
Suponho que a calme se pode perder em qualquer momento, a vida é imprevisível, mas também sei que há que ser positivo e que o sossêgo vai de dentro para fora...Te sigo queriendo
ResponderEliminarPois é, tu entendes. Já tenho perdido a calma que julgava ter e que tanto gostaria de re-haver! Veremos o que o tempo traz, passo a passo! Beijinhos e te sigo queriendo también...
ResponderEliminar