domingo, 14 de abril de 2013

EL BESO
















Ayer, además de que fue el primer día de primavera alegre y luminoso, verde y azul, en que la gente se echó a la calle con más ganas de vivir que de pensar, fue también "el día del beso".
No soy mucho de acordarme de las cosas en su día, pero en el caso del beso me pareció una forma muy hermosa de reivindicar algo que siempre estuvo en un segundo plano — el beso se ve poco, no hace ruido, no molesta a nadie, y sin embargo es parte imprescindible de cada historia personal, por activa o por pasiva: se podrían escribir biografías enteras a través de los besos, del primero al último, al prohibido, al que nunca se ha dado, al que nunca se ha olvidado, al que sobró o al que supo a poco, al de la inocencia o al de Judas, al robado, al interesado, al vendido o comprado, al que nos redime, al que nos hace esclavos, al que nos despierta como el del príncipe o nos humilla como el beso al leproso de Mauriac. Los mejores son sin duda los que nos reconfortan, nos quitan el frío o el miedo o la soledad y los peores son los de las despedidas. Como cuando al besar a mi madre muerta, porque llegué tarde para besarla viva, me pareció que volvía a respirar y que sabía que era yo. 
Pero entre los besos que nunca se olvidan, hoy me quiero quedar con la última hornada, caliente como los grandes amores correspondidos: los que dí a mi nieto las navidades pasadas, con ocho mesitos él, esa edad irrepetible en que se "dejan comer a besos" porque aún no quieren suelo.
Cuando le cogí de la cuna eran las siete de la mañana, me senté en el sofá y nos tapamos con una manta. Solo la luna iluminaba el salón, y la criatura, que apenas me había visto una docena de veces, me miraba fijamente con curiosidad, luego me sonreía y volvía a chupar sosegado el dedo pulgar acurrucándose contra mi pecho. Mientras tanto yo le cubría de besos la cabecita delicada que olía a bebé y a algo mío, sabedora de que me había tocado todo un banquete de ternura para mi hambre.
El cielo se puso azul oscuro anunciando la madrugada, pero antes de que llegara el día y el bullicio, yo ya tenía en mi haber la mejor fiesta navideña con que podía soñar.
Los grandes regalos que hace la vida siempre acontecen cuando menos se espera.


óleo de Kees van Dongen

4 comentarios:

  1. Um texto muito bonito.
    Os melhores presentes vindos quando menos se esperam, são uma benção. E temos que saber recebê-los.
    Imagino-te feliz, com o teu pequenino neto ao colo, no quentinho de uma sala bem aquecida, embevecida a contemplá-lo e esquecida do tempo.
    Ter assim ao colo um bebé que muito amamos, é momento mágico...é ternura irrepetível.

    Um beijinho grande

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  2. Ante un post tan bello de principio a fin, con una capacidad de emocionar que me dejó un nudo en la garganta, solo se me ocurren unos versos de Ana Belén:
    Besos, ternura,
    Que derroche de amor,
    Cuanta locura.
    ¡Van por usted, querida María!
    Un fuerte abrazo.
    Manuel

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  3. Muito bonito! Sabe bem ler estas coisas, voltar a ver que esses momentos existem: Momentos de ternura não têm preço!
    Quadros lindos também: o palhaço é especial! Gosto do K. Van Dongen e sei que também gostas...
    Um beijo (atrasado) para o dia do beijo!

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  4. Comovente!Um beijo de despedida em oposição a uma série de beijos que te irão preenchendo a vida.Como te compreendo!
    Um beijo muito especial neste dia
    Tua irmã muito amiga Tói

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