Gertrude Abercrombie
Quien tiene la suerte de ir escapando a la parca y llegar a anciano, sabe lo que es vivir una vida larga, buena, mala o regular según caso. Incluso los que salen poco del mismo sitio y de las mismas rutinas, con unas vivencias muy previsibles, tienen un largo recorrido de emociones a lo largo y ancho del camino. Todos tenemos un pasado, cada persona ha hecho un trayecto a su manera, como quiso, dentro de lo que pudo. Toda existencia es un proceso único e intransferible, una aventura, un desafío.
Con el paso del tiempo se aprende a usar mejor lo que aun queda por andar, dando a cada cosa la importancia que tiene de verdad y retirando poco a poco lo que sobra, para poder disfrutar lo que se tiene con sabiduría y sosiego.
Con la capacidad de asombro ya muy menguada por todo lo visto y sentido, se distingue mejor lo que vale mucho y lo que no vale nada. Uno aprende a no complicarse la vida con frivolidades, a distinguir los amigos de verdad, a saber quien es capaz de marcharse en cualquier momento para evitar desengaños. Lo que está siempre presente es el verdadero amor, la belleza, el arte, el sentido del humor, de la libertad o la justicia, así como la armonía interior y una conciencia tranquila.
La edad acarrea muchos finales y algunos comienzos, se va perdiendo el ayer y nos retiramos voluntariamente de lo que deja de interesarnos, que no de la vida: para Platón, que vivió ochenta años, "la vejez es un estado de reposo y libertad respecto a los sentidos".
Casi siempre el mayor problema de la vejez está en nosotros mismos. Como casi todo.
El hombre que hace que todo lo que le lleve a la felicidad dependa de él mismo, ha adoptado el mejor plan para vivir feliz. Platón